sábado, 13 de octubre de 2018

Nuvole bianche - Ludovico Einaudi

Nadie te avisa de eso. Todo el mundo lo sabe pero nadie te lo dice. Y hay un día que las golondrinas no vuelven. Por lo que sea.
No vuelven. 
Y entonces qué.

Han cerrado el Angelcar. El Angelcar tenía un escaparate bajito que quedaba a la altura de los ojos si tenías seis, siete, ocho años y en el que vivían figuritas de plástico de casi todos los personajes Disney. Estaba Robin Hood. 

Lo saben todos. Por eso nadie te lo cuenta. Lo sabía yo también, pero no lo dije. No te atreves a decir esas cosas. Por si acaso. Por si acaso qué, si al final. Al final cierran el Angelcar y las golondrinas no vuelven y otro septiembre más que no llueve prácticamente nada. 
Y parece que además de a Robin Hood también nos hayan quitado un mes de invierno. 

Vive cerca del Angelcar una muchacha con el pelo oscuro y los ojos negros que iba conmigo al colegio. Nos encontramos a veces en el autobus, en la compra, pesando naranjas. Nos gusta saludarnos y sonreirnos, aunque no nos conozcamos ya. 

Está también el escenario en el que tocaba el piano de pequeña, con los pies colgando de la banqueta. Con miedo a todo. Subía yo a esa banqueta vestida totalmente del todo de miedo. Solo miedo. Era una banqueta pequeña en realidad. Es un pueblo pequeño. 

No hay nadie tan valiente como para decirte que quizás dejes de tocar el piano un día, que se irán las golondrinas, que van a cerrar el Angelcar, que saludarás con los ojos y la voz a una chica a la que ya no conoces apenas. Que todo se acaba, todo se cierra, todo se va. 

Pero el miedo no, maja. El miedo es tuyo, el miedo te lo quedas. Hay un día que te vistes de miedo y ya para siempre. 

Y a lo mejor un día encuentras de nuevo un escaparate con la figurita de Robin Hood, a lo mejor vuelves a sentarte al piano y descubres que con los pies apoyados en el suelo todo es un poco más fácil, a lo mejor octubre se llena de lluvia y de viento y hace invierno por fin. Puede. A veces vuelven las golondrinas. 

Pero tú vas a seguir vestida de miedo. Gorro de miedo, bufanda de miedo, zapatos de miedo. Los zapatos de miedo son lo peor, todo el mundo lo sabe. Porque aprietan y hacen herida y por eso a los niños no les gusta llevarlos. Pero aunque todo el mundo lo sabe, como nadie se atreve a decirlo, nos los ponemos. Pontelos, ponselos. Y entonces qué. 
Ahora qué.

Ahora no somos más que un puñado de golondrinas atadas al suelo.
Ahora no sirve de nada que todo el mundo lo supiera. Que nos lo imagináramos un poco.
Porque han cerrado el Angelcar. Y Robin Hood envejece detrás de un cristal. Y hay un cartel que dice "se traspasa" y a mí no me sale el estudio de Chopin que tocaba con los pies flotando en el aire. 
Y es que ahora ya da igual.
Porque ya no podemos volver.

Para P. Encontraremos cómo hacerte volver. Estoy segura. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que necesaria y que de verdad esta entrada tuya, entre tanto alarde de emprendedores exitosos, no sabemos de que ni para que.
Si no me equivoco has llegado allí antes que a la vejez así que mira todo lo que te queda por disfrutar.
Gracias por regresar , de vez en cuando me pasaba por aquí y ya se te echaba de menos.

gregatrey dijo...

Gracias, persona Anónima :)
Dice mi hermano que yo nací vieja. Así que no sé si he llegado antes de la vejez, pero bueno, he llegado.