lunes, 27 de enero de 2014

Zumo de naranja con vainilla - Ruidoblanco

Era 3 de Octubre. Nublado y frío.
No llovía. No quiero que llueva, había dicho Abril con la mirada fija en las olas, es más fácil llorar cuando llueve, y no quiero llorar. Saúl había asentido y le había prometido que no llovería, como si él tuviera algún tipo de poder mínimo sobre el clima. Pero Abril le había creído. Porque Abril siempre le creía. 

Y después él le había dado el alfil añil añadiendo en un murmullo rápido es una tontería, se me ocurrió que. Y Abril había sonreído como sólo la Luna consigue hacerlo a veces, en esas noches en las que se transforma en un hilo curvado de luz blanca. Y después le había abrazado. Y Saúl no había tenido más remedio que comerse las excusas. 

Mientras las masticaba, pensó que aquella nariz pequeña y aquellos ojos castaños injustamente corrientes y aquellas uñas mordidas eran lo mejor que le había pasado en la vida. Y que era muy importante eso. Pero no lo dijo. Porque Saúl nunca decía lo que pensaba. 

Y habían pasado la noche tumbados en la arena, dejando pasar estrellas, conscientes de que ya no quedaban deseos que pudieran pedir. 

Y ahora era 3 de Octubre y el cielo se despertaba nublado y el mar era gris y estaba casi en silencio y Abril dormía envuelta en la sudadera gigante de Saúl mientras él pensaba que si iba a llorar, aquel era el mejor momento. 

Mientras él pensaba qué pasaría cuando ella se fuera y volviera a sentir a su corazón latiendo nervioso y no supiera qué contestarle. Cuando se diera cuenta de que no volvería a ser tan feliz. Jamás.

Que sólo hay un abril al año y estaba a punto de perder para siempre el suyo. 


domingo, 12 de enero de 2014

La chica del gorro azul - La Oreja de Van Gogh

Este año en Sociología hemos estudiado la ruptura epistemológica. Ruptura epistemológica quiere decir, en palabras de científico, tomar distancia. Alejarse, mirar las cosas desde otro punto de vista, ponerse en el lugar de los demás, empatía. Es un concepto bonito.

También hemos aprendido que suele quedarse en eso, en un concepto. Hemos aprendido que vivimos cargaditos de prejuicios, miedos y recuerdos. Que los llevamos siempre, y que desde la posición que ellos nos procuran, juzgamos todo lo que se mueve a nuestro alrededor. Y no nos damos cuenta. Hemos aprendido que de vez en cuando, debemos dejar la mochila en el suelo, subir corriendo a la colina más cercana y mirar desde lejos.

Que, a veces, cuando dejas que el viento te dé en la cara y haces visera con la mano para taparte del sol, cuando miras a lo lejos y ves tu casa, tu país, tu sociedad, tú, a veces, descubres que nada es tan grande como parece cuando estás dentro. Y que eso se llama aprender.

Creo que la mejor forma de tomar distancia es viajar (de hecho, creo que es la única forma física de hacerlo) y el mejor momento para tomar distancia es ese instante en el que descubres que estás empezando a llenar la mochila de prejuicios. Cuando eres joven.

Cuando eres joven tienes fuerzas para subir una y otra vez la montaña, para respirar fuerte en la cima, para bajarla corriendo y contar al resto lo que viste en tu pequeña ruptura epistemológica. Cuando eres joven tienes tiempo de aprender y equivocarte y volver a aprender, y volver a equivocarte. Cuando eres joven tienes ganas de reír, de llorar, de amar y de soñar. Y de vivir. Y de viajar.
Antes de ser joven, aún estás llenando la mochila, aún no tiene sentido tomar distancia, aún no hay nada tan tuyo de lo que necesites alejarte. Y después de ser joven, la mochila empieza a pesar demasiado, la montaña se encrespa y hace mucho frío en la cima como para pararse a mirar y a respirar hondo.

Este año hemos aprendido que sólo hay dos formas de saber la verdad. Mantenerse lo suficientemente joven para poder seguir caminando, subiendo la montaña, o subirla cuando aún puedes y pararte en la cima a mirar el pueblo desde lejos. Y recordar siempre lo que viste.

Carta de motivación para que el señor Wert y el comité de mi uni consideren que es conveniente que yo pase el año que viene en Praga.