miércoles, 25 de diciembre de 2013

Happy Xmas (war is over) - John Lennon

Jose (que no se llama Jose) se agarra al sueño con fuerza. Se enrolla en el saco y se tapa la cabeza con las manos. Hace frío. Son las 9 de la mañana pero aún es de noche. Noche negra, oscura y antipática. La noche de quien duerme en las calles de Madrid en Navidad. La noche de quien prefiere seguir soñando a despertar y volver a encontrarse con el mundo. Tan gris como ayer pero cada día más frío.

Pero Jose despierta, baja la cremallera del saco un poquito y se asoma a un Madrid que aún no ha empezado a arrancar. Bosteza grande y nos mira. Buenos días, ¿quieres un desayuno? Asiente con el sueño todavía en los ojos y el frío en el cuerpo. Un vaso, café, un par de bollos. Alargamos la mano para acercárselo y sus dedos acarician los nuestros al cogerlo. Lo rodea con las manos y suspira.

Y entonces ocurre. Jose, que no se llama Jose, nos regala su primera sonrisa. Tímido, aún desperezándose, guiñando los ojos frente al sol que empieza a brillar entre la niebla, mientras nos explica cómo va pasando la vida, sonríe. Y él no lo nota, pero se ilumina entero. Y él no lo sabe, pero nos ha pagado el café de sobra.

Jose no se llama Jose, pero da igual. Porque tiene derecho a llamarse como le de la gana, porque es a lo único a lo que todavía le queda derecho. Al nombre.

Y a sonreír al sol el día de Navidad con un café caliente entre las manos. Y a que alguien le pregunte cómo le ha ido la semana. Y a que alguien le roce la mano con los dedos cuando se despide. Y a que alguien crea en él. Aunque viva en la calle y sueñe en el suelo.

Igual que Giorgio, que nos presta las primeras notas de su acordeón cada domingo por la mañana, y Mariano (que seguro que no se llama Mariano porque es marroquí) que ríe como un niño pequeño. Y Ana, que me abrazó muy fuerte porque le di un tupper de higos de mi abuelo que en mi casa no se come nadie. Que resultaron ser su fruta favorita.

Y igual que ellos, el puñado cada vez más grande de personas que pasan la Nochebuena haciendo cola para cenar un plato caliente, los que cada día dudan si pagar la luz o cambiar de zapatos. Los que no pueden evitar que el invierno se meta hasta la habitación de los niños. Los que han pedido trabajo para Reyes.

Antes no me gustaba la Navidad. La hipocresía de reunirse con gente a la que no ves nunca a celebrar algo que no crees que ocurriera jamás. Gastar por gastar, comprar por comprar, tirar comida, derrochar luz. Antes, pensaba que era demasiado seria, demasiado mayor, demasiado anticapitalista para todo eso.

Pero el otro día, Jose, nos regaló su primera sonrisa a cambio de un vaso de café y una magdalena. La primera sonrisa es la más mágica porque es la que enciende los ojos para el resto del día. Y nos la regaló a nosotros. Y junto a él, 12 más. 13 mañanas de diciembre un poquito más calientes, un pelín menos oscuras.

Cuando nos despedimos, mientras se apagaban las farolas y se enrollaban las persianas, Jose nos guiñó un ojo, alzó el vaso y gritó: "Feliz Navidad".

Y mira, me lo creí.

Apumak reparte desayunos cada domingo en el centro de Madrid. Apumak significa amigo en camboyano. Y mola, porque es una asociación de amigos, entre los que cada día me alegra más encontrarme.

jueves, 12 de diciembre de 2013

La ciudad más gris del mundo - Ruidoblanco

Estoy trabajando en una coraza.
Será fea. Y fría como sólo las cosas horribles pueden serlo. Será pesada y muy incómoda, tanto que cuando la lleve no podré levantarme y me costará correr rápido. Tanto que no creo que pueda volver a volar, por muy fuerte que sople el viento. Por muy de par en par que abra las ventanas.
Y será cara. Costará mucho. Mucho esfuerzo, muchas lágrimas y mucha rabia. Hace falta acumular mucha rabia para poder construir una buena coraza. Pero valdrá la pena.

Será una coraza fea, fría, pesada, incómoda y cara, pero me la pondré. No saldré de casa sin ella. No saldré de la cama sin ella. Quizás incluso no me la quite nunca. No importará, este tipo de corazas son casi inoxidables.

Estoy trabajando en una coraza. Muy dura por fuera y muy gris por dentro. Impermeable y un poco punzante. Que me separe del mundo y que me oculte de él. Que reciba los golpes y no se abolle nunca. Por muchos impactos que acumule, por muy cruel que sea la batalla, por muy dura que se ponga la vida.

Una coraza que me permita seguir leyendo cuando suba al Metro esa mujer que cojea con un vaso siempre vacío entre las manos, y sus dos hijos pequeños brillando en los ojos. Una coraza con una rejilla tan fina que no me deje ver cómo tiritan los dedos del abuelo que toca Hey Jude en la esquina de la calle que sube hacia Callao. Con un casco muy grueso que aplaque sus notas. Mucho más agudas de lo que fueron escritas. Mucho más tristes.

Una coraza desde la que dejar de soñar que algún día me sentaré al lado del chico del violín y le diré me gustas. Y que él seguirá tocando y no desaparecerá nunca. Y que Moncloa se inundará de la Sinfonía del Nuevo Mundo. De Dvorak.

Una coraza para cuando hago algo mal y me regañan, para que cuando las lágrimas reboten y me calen por dentro no se vea desde fuera, para que de mis ojos cerrados y mis orejas agachadas y mis dientes apretados sólo salga indiferencia. Para que cuando leo las noticias, veo la tele o salgo a la calle, la rabia se acumule dentro y sólo salga un miserable así es la vida. O nada. Mucho mejor. Que sólo sea capaz de producir silencio.

Sera una coraza difícil de cargar, lo sé. Pero he empezado a trabajar en ella.Y me queda poco, ya casi puedo notarla. Pesando fría y fea sobre mis hombros.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Viure sense tu - Antònia Font

No es (era) mi grupo favorito. Para qué voy a mentiros siendo las horas que son. Con el frío que hace.
Ni siquiera estaba entre los 10 primeros. Pero me gustaban.

A veces hay cosas que te gustan diferente al resto de cosas que te gustan y eso no quiere decir que te gusten más, o que te gusten menos.

A mí me gustaban (gustan) diferente.

Me gustan porque no me gustaron nada al principio. Porque los conocí en un concierto, en Madrid, al que no quería ir. Para el que no tenía edad ni ganas. Fui por no desaprovechar la entrada.

Me gustan porque me cuesta la vida entender sus letras. Separar la voz de la música, del acento mallorquín cerrado, y sacar las palabras. Entender lo que esas palabras significan. Montar la frase. Montar la estrofa. Entender sobre qué están cantando. Es un proceso largo, por eso cuando me gusta una canción suya, me encanta. Porque la entiendo.

Me gustan porque les vi en una sala pequeña pero abarrotada. Les vi saludar en castellano y dar las gracias en catalán. Les vi sonreír flojito, y levitar un poco después de cada canción, y atreverse a apuntar con el micro a un público incierto y tímido. Cinco chavales que no podían creer lo que estaban viviendo.

Me gustan porque, admitámoslo, no son guapos. Ninguno. Nada. Absolutamente. Cero. Y lo saben.

Me gustan porque el cantante no es el líder de la banda.

Me gustan porque en ese concierto minúsculo en esa ciudad aparentemente enemiga, el público cantaba las canciones. Canciones, recordemos, en catalán. Catalán, recordemos, de Mallorca. Canciones que habían tenido que rescatar, traducir y memorizar. Hay que ser muy bueno para gustarle a gente que no entiende lo que dices.

Me gustan porque un chico se acercó a pedirme que le tradujera "Illes Balears" que no la había entendido nunca. Illes Balears la cantan marcha atrás, no la entiende nadie. Me gustó que él se riera.

Me gustan porque han escrito canciones sobre un batiscafo, sobre un paraguas, sobre productos de limpieza, sobre amazonas en la Luna, sobre una pareja de patinadores que decide casarse en directo, en las Olimpiadas de Calgary 88. Sobre carreteras que no van a ninguna parte. Y sobre Clint Eastwood.
Me gustan porque son capaces de decir "hace años que no te duchas" o "los ovnis se estampan" y que suene a poesía. Por la misma razón por la que me gusta Extremoduro.

Me gustan porque sé que los voy a echar de menos, aunque no los necesite. Porque no son los mejores, pero son diferentes.

Fins aviat, Antònia Font.


"I arriba un dia que sa vida és un teatre que se diu felicitat, primavera i trinaranjus"
"Y llega un día  que la vida es un teatro que se llama felicidad, primavera y trinaranjus"

viernes, 20 de septiembre de 2013

Papá cuéntame otra vez - Ismael Serrano

Me han dicho que te vas.

De hecho, no. Me han dicho que te has ido. Sin avisar. Sin despedirte. Sin preguntar si estamos de acuerdo o no. Sin piedad ninguna.

Te has ido y ya. Te has ido y está bien. Porque es lo que tiene que hacer la gente libre. Irse. Y me alegra que seas libre.

Pero podrías haber avisado. Haber mandado un correo, dejar una nota, no sé, poner un aviso en el periódico. "Oid, personas que me queréis, me voy". No te costaba nada, es menos de una línea.

En fin. Habría querido que me vieras con el pelo corto. Que pensarás que he crecido. Que te alegraras de mí, igual que yo hoy me alegro de ti, aunque te vayas. Que comprendieras que tienes el superpoder más mágico del mundo. Que vieras que has conseguido que pensemos. Habría estado bien haber podido darte las gracias. Por el libro que me dejaste, por el punto y medio que me subiste, por sonreír tan poco, por reír tan gracioso. Por querer cambiar el mundo. Hubiera estado bien decirte adiós.

O, bueno, no. Quizás eso no. Creo que no me hubiera gustado nada decirte adiós. La verdad es que lo que me hubiera gustado es seguir pensando que estarás siempre. Es más fácil vivir si sabes que no es necesario decirle a la gente que quieres que les quieres. Es bastante más sencillo.

Pero si hubiera sabido que tendría que hacerlo, me hubiera gustado haber podido.

De todas formas, da igual.
No estás ya. Me lo han dicho. Y además me lo creo. Porque tenías ganas de irte. Pero podrías haber avisado. Porque tenía un abrazo para ti. Guardado desde hace tiempo, esperando el momento adecuado. El momento adecuado, que es una de esas cosas que nunca vienen, pero siempre se van.


Como tú. Que te has ido. Y a ver qué hago yo ahora con un abrazo en el bolsillo.

Con lo que pesan.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Do as I want - Smile (Segunda parte)

Cada año hago una lista de cosas que quiero hacer en verano. El verano son muchos días pero pasan rápido, por eso apunto lo que quiero hacer, y lo que he hecho. Y el primer día de curso, hago balance. Este año, me ha salido una lista nueva.

Cosas que no pensaba hacer este verano: 
(y que me alegro de haber hecho)

-Ir a Málaga
-Aprender a hacer rastas
-Inscribirme en el registro de donantes de médula ósea
-Montarme en el "Salto del especialista" y en la lanzadera en la Warner.
-Conocer a Joaquín Sabina
-Abrazar a Albert Espinosa
-Celebrar mi cumpleaños
-Entrenar con Victor García
-Correr con Chema Martínez. El tiempo que mis pulmones y mis piernas le aguantaron el ritmo.
-Despedirme de un imprescindible
-Correr 9km sin parar y sin fallecer al final.
-Descubrir que la carrera que estudio es la carrera que quiero estudiar.
-Escribir una lista de cosas que no pensaba hacer este verano.

martes, 3 de septiembre de 2013

... - Alondra Bentley

He pensado en cuando nos encontrábamos el primer día de colegio. Con la mochila vacía y los zapatos todavia limpios. Con unos pantalones cortos recuerdo de las vacances ya pasadas.

Llevábamos todo el verano viéndonos. Perdiéndonos y encontrándonos entre las calles y la playa. Cruzándonos de vez en cuando. Aburriéndonos de sentirnos libres.

Pero llegaba ese segundo lunes de septiembre, y ese madrugar frío y de pronto extraño,
y éramos nuevos otra vez.

He pensado que era bonito. Que me gustaba bastante.
No llegábamos juntos. Normalmente tú llegabas antes y yo, bueno, yo siempre llegaba tarde.

Y nos encontrábamos. Nos encontrábamos como por primera vez y nos mirábamos y era como si nos sorprendiéramos de vernos. Como si nos alegráramos de re-conocernos de nuevo.

He pensado en ese año que llegamos casi al mismo tiempo y nos encontramos antes de llegar. Entonces  aún era verano.

Creo que todo lo que pasó aquel año, fuera lo que fuera, ocurrió porque tú y yo nos encontramos en el camino, vestidos de colegio, pero antes de la hora. He pensado que es posible que ese desajuste raro fuera la causa de tsunamis, terremotos, ciclones y tornados. O, yo qué sé, quizas no.

Pero podría ser. Porque recuerdo que aquel día, cuando nos encontramos antes de entrar, cuando entramos juntos, cuando nos abrazamos y nos sonreímos con una insólita timidez, aún éramos nosotros .

Y eso suele cambiarlo todo.

sábado, 27 de julio de 2013

I want to break free - Queen

Quiero volar.

Volar alto, por encima de todo y de todos. Volar lejos. Recorrer el universo flotando en el aire, y quizás no volver a aterrizar nunca.

Volar, pero no en avión, no saltar en paracaídas, no tirarme desde un sitio alto.
Volar, pero no en bandada como los pájaros, no movida por el viento como las hojas, no sin rumbo.

Quiero volar. Sueño con volar. Como voló Freddie Mercury aquella noche en Wembley. Brillantemente amarillo, brillantemente libre. Volar como vuela Usain Bolt, como volaba Joaquín Blume. Desde las anillas al cielo. Ser eternamente grande.

Despegar los pies del suelo y envolverme en aire durante unos instantes. Son pocas las veces que he logrado volar así. Volé bastante alto la primera vez que doné sangre y descubrí que no es tan difícil como imaginaba, que es más precioso de lo que había soñado. Volé los 17 días cortos en los que recorrí Senegal junto a otros 99 pequeños voladores madrileños. Y decidí que quería dedicar el resto de mis segundos a volar a pie con el mundo a cuestas.

Levito suavemente al principio de cada carrera, pero vuelo altísimo cuando llego a la meta. Cuando corro al máximo de mis fuerzas, cuando logro que el corazón se desboque, cuando agoto mi cuerpo. Cuando llueve y corremos a escondernos del cielo, cuando no encuentro el final del mar. Cuando lloro de emoción. Cuando río de felicidad.

Volar es lo más grande que nadie ha hecho nunca, por eso sueño con volar. Con encontrar esa sonrisa perdida que compita con la Luna en deseos cumplidos, con cantar a gritos mis canciones favoritas, con que alguien llore cuando lea lo que escribo, con despertar con un perro gigante durmiendo a los pies, con dormir contando estrellas. Con hallar por fin esa pizca de magia blanca que todos buscamos. 
O quizás, con no encontrarla nunca y seguir buscando, volando.


Quiero volar. Porque volar, ante todo y sobretodo, es estar vivo.

Texto participante en el concurso "Discovery Underground Madrid2020"

jueves, 20 de junio de 2013

El rocanrol de los idiotas - Joaquín Sabina

Yo quería decirle me encantan todas tus canciones. Todas menos "Eh, Sabina", esa la odio porque no me gusta que fumes y te drogues. Quería decirle es precioso que regales la llave de tu casa a todos tus amigos. Me encanta Jimena. Cuídala. Ojala se cumpla todo lo que deseas en "Noches de boda" ¿De verdad Carmela es tan adolescente quejica como cantas? Desde que te juntas con Serrat, te estás volviendo aburrido. Quería explicarle que, a veces, lloro un poco cuando escucho "Que se llama Soledad". Decirle te admiro. Estás muy flaco. Cuídate. Podrías haber avisado, que casi no vengo. Tengo una frase tuya escrita en la mesa. Dice "y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido". Es bonita y triste y alegre a la vez. Gracias por hacerme conocer a Chavela. Y a Krahe. Y a Fito Paez. Decirle "A la orilla de la chimenea" es la segunda canción más preciosa del mundo. La primera la tiene Quique González. Pero no te preocupes, tú eres más grande. Eres gigante. No mueras nunca, por favor.

Yo quería decirle todo eso. Y sonreír y que sonriera. Y quería ¿por qué no? ver algún día algo escrito sobre mí y firmado por Joaquín Sabina.

Así que compré el más barato de sus libros y me puse a la cola.

Cuarto de hora después, estaba delante de unas gafas de sol marrones, un sombrero de paja, un cigarro, un polo marrón y un wisky on the rocks. Debajo de todo eso, el Flaco. Fue entonces cuando descubrí que no iba a ser capaz de decirle nada de lo que quería decirle. Pensé ojalá sea capaz de decirle mi nombre.

-Hola -este es el señor Sabina, que aunque sea Dios, saluda como todos los señores.
-Hola -esta soy yo muy concentrada en sonar tranquila y acostumbrada a saludar a mis ídolos.
-¿Cómo te llamas? - coge el libro y lo abre, prepara el boli, fuma.

Silencio. Organizo lo que quiero decir hasta que formo una frase casi coherente.

-MarinaeresgrandeJoaquín -eso le dije, muy bajito, y después respiré.

Y después me sentí idiota, para qué os lo voy a negar, a estas alturas.
Entonces él levantó la vista y me miró.
Y dijo:

-Marinas hay pocas, pero buenas.

Y sonrió, y sonreí. Firmó. Y yo dije gracias, y me fui.
Y volví levitando a casa.


sábado, 1 de junio de 2013

Do as I want - Smile

Cosas para hacer este verano:

-Escribir.
-Cenar en la playa.
-No morderme las uñas.
-Comer helado de avellanas.
-Aprender a tocar "Que tinguem sort" con la guitarra.
-Ir a Marruecos.
-Dedicar una tarde entera a no hacer nada, con la gente que quiero.
-Hacer una caja de "Cosas que me recuerdan a cosas"
-Hacer fotos.
-Dormir mirando las estrellas.
-Hablar mirando la Luna.
-Ver amanecer
-Cortarme el pelo
-Hacer un cuaderno de viaje.
-Conocer gente de esa que echas de menos cuando no está.
-Hartarme del mar.
-Escribir una lista de cosas que hacer después del verano.


jueves, 23 de mayo de 2013

Frágiles - Zahara

Hay una chica que corre.

Antes de correr, era una chica que caminaba por la calle, tranquila, despacio, acariciando con la punta de los dedos la pared que pasaba a su izquierda, sonriendo sin querer, disfrutando del día que había decidido vivir.

Pero de pronto, corre. Corre esquivando peatones y cruzando semáforos en rojo. Corre sin mirar hacia donde corre, sin buscar nada. Sin huír de nada. Corre y no para. Normalmente la gente corre para huír de algo o para alcanzarlo. Corremos desde algo o hacia algo. Pero ella no. Ella simplemente avanza.

Corre como si no fuera a detenerse nunca.

Saúl la observa desde la ventana mientras escucha como su corazón se acompasa al de la chica que corre. Ha presenciado todo el proceso y ahora la ve correr con tantas ganas, derrochando tanto oxígeno, brillando con tanta fuerza, que no puede evitar desear alcanzarla.

Correr con ella y descubrir la ciudad a su paso. Subir cuestas al ritmo de sus pies, bajarlas dejando que el corazón se desboque y el pecho llore de emoción. Atravesar el mundo. Y no cansarse nunca.

Pero no lo hace. ¿Cómo va a hacerlo? No. Apoya la cabeza en el marco de la ventana y cuelga la mirada en ese punto inexacto del horizonte en el que la ciudad acaba y el universo comienza.

Y espera paciente a que la chica que corre desaparezca en su avance hacia el infinito. Escuchando correr a su corazón, que sueña que vuela.

domingo, 5 de mayo de 2013

Hasta que se acostumbre a la oscuridad - MClan

Empatía. Empatía es una palabra curiosa.

Empatía es comprender que cuando gritas a alguien, hay una persona que está siendo gritada. Empatía es comprender que cuando estás siendo gritado sin merecerlo, hay alguien que necesitaba gritar y no ha podido hacerlo frente a la persona adecuada. Y te ha tocado a ti ser empático.

Empatía es aceptar que todo el mundo, siempre, es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y en base a esta máxima, empatía es no mirar feo a los desconocidos en el Metro, confiar en consejos ajenos y evitar pitar al coche que lleva media hora parado en la entrada de la rotonda.

Empatía es inventar escusas para los errores externos y evitarlas ante los internos. Empatía es tener una imaginación desbordante, una inocencia mayúscula y una confianza ciega en el ser humano.

Empatía es comprender que no soy el único ser sobre la Tierra, que no eres el único ser sobre la Tierra y que no somos, si seremos, ni hemos sido, los únicos seres sobre la Tierra.

Empatía es llorar cuando otros lloran, reir cuando otros ríen, sentir lo que otros sienten. Empatía es ese mensaje precioso que comparten todas las religiones. Ponerse en el lugar del otro. No hacer a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti.

Pero empatía quiere decir también algo mucho más precioso. Haz a los demás lo que te gusta que te hagan a ti. Sujeta la puerta al que va detrás, deja salir antes de entrar, di "qué bien lo has hecho", di "estoy orgullosa de ti", di "te quiero", no tires comida en el mismo planeta en el que otros seres humanos mueren de hambre, no hagas ruido mientras otros duermen, no andes por el medio de la acera, no te pares en el carril rápido de las escaleras mecánicas, di gracias, por favor, lo siento, buenos días, sonríe. Y si alguien no hace lo que te gustaría que hiciera, recuerda que es inocente hasta que se demuestre lo contrario, inventa mil excusas para él y sus errores.


Empatía. Todo eso quiere decir empatía, porque es una palabra increíble, pero no lo dice. Porque no existe. Es una palabra inventada, como centauro o democracia, que nació para nombrar algo que no hay, pero que molaría que hubiera. Pero estamos más cerca de que corran centauros por Sierra Nevada que de que empatía diga algo de todo eso que quiere decir. Y es una pena, porque el mundo con centauros sería curioso, pero con empatía sería perfecto.

martes, 5 de marzo de 2013

Fantasía para un gentilhombre (2º movimiento) - Maestro Joaquín Rodrigo

La veo por casualidad. La veo porque voy mirando al suelo. Y voy mirando al suelo porque son las siete y cuarto de la mañana y me caigo (a veces literalmente) de sueño. Por eso miro al suelo sin ni siquiera verlo. Hasta que aparecen sus zapatos. Ocupan una esquina pequeña de mi campo de visión, pero mi cerebro decide que son importantes. Así que me hace mirarlos.

Amo mi cerebro por estas cosas. Le amo porque sabe perfectamente lo que me interesa y nunca falla. Nunca nunca. Es como esa secretaria que archiva las cartas de su jefe y tira las que él no necesita ver ahorrándole tiempo y fuerzas. Es una secretaria estupenda. La mejor que tengo.

El caso es que sigo sus zapatos sin saber muy bien por qué los sigo. Hasta que veo el abrigo. Veo un piquito de su abrigo y ya me vale. Es un abrigo de esos como hechos con una manta de pueblo. Gris y áspero. Con pinta de abrigar poco y menos. Sé exactamente cómo es ese abrigo cuando lo abrazas. Y cómo huele. 

Y sé que necesito olerlo. Porque llevo casi un año sin olerlo y nunca pensé que el olor de ese abrigo fuera algo tan básico en mi dieta, pero lo es. Amo a mi cerebro por encontrarme los olores que necesito sin saberlo. 

Levanto la cabeza, me coloco las gafas y observo el conjunto que rodea el abrigo. Zapatos blandos de cuero archigastados, juanetes peleando por salir de esa cuña imposible, medias de contención, varices. Falda larga de tela de saco, marrón. Jersey de cuello vuelto, estampita de la virgen colgando de una cadena fina. Arrugas, pelo revuelto, gris. Ojos azules.

Es ella. Sé que es ella porque es como ella, porque la línea 6 lleva a su casa, y porque necesitaba olerla. Y sé (creedme o no) que mi cerebro la ha puesto para mí. Mi cerebro hace esas cosas. Y cuanto más segura estoy más necesito acercarme. Así que me acerco. 
Me siento a su lado en cuanto queda un sitio libre. Vuelo por ese asiento. Y aspiro hondo. Y sé que ya lo he dicho, pero de verdad que necesitaba ese olor. 

Pienso que quiero reir y correr y llorar a la vez y decido quedarme sentada mirando sus zapatos. Y sonrío casi sin querer. Y ella me mira y sonríe también. Y jo, sonríe igual. Su sonrisa es incluso más real que su olor. Y ojalá yo me pareciera a su nieta. Porque sería perfectamente precioso.

Al pensarlo se me escapa media lágrima. Miro a otro lado y parece que no me ha visto. Pero sé que me ha visto. Porque es ella.

Esto es lo que escuchaba mientras escribía esta entrada. 
La pongo porque no tengo una canción para ese instante, porque no la hay.

sábado, 2 de febrero de 2013

Feo - Fito y Fitipaldis

Alguien me dijo una vez que no llora el que es débil, sino el que ha sido fuerte durante demasiado tiempo. Y tenía razón. Vaya si la tenía.
No hay gente sensible. Hay gente que se ha cansado de aguantar. La palabra sensible es una forma muy despectiva de culpabilizar a la victima. "Lloras porque no eres suficientemente fuerte". No mira, lloro porque mi mundo da asco.

Y si tú no lloras, o no te enfadas, enhorabuena. De verdad. Tu vida mola, no apesta a mierda y no llevas media existencia llevándote golpes por todas partes. Qué suerte tienes, o no. No lo sé. Pero no te atrevas a decirme que eres fuerte, que has aprendido de los errores o que te has hecho a ti mismo. Porque todo eso, especialmente lo de hacerte a ti mismo, es mentira.
Porque claro que hay que levantarse y mirar al frente, claro que hay que luchar por los sueños, claro. Pero también hay que caer, y parar a descansar y aceptar palabras de ánimo.

Y que los valientes tampoco existen, son sólo personas que aún no han conocido el miedo. Por eso lo buscan. Los cobardes son antiguos valientes que ya saben lo que es. Lógico que no quieran volver a sentirlo.


Y la buena educación es sólo una forma fina y muy bonita de mentir. Y un pesimista es sólo un optimista bien informado. Eso también me lo dijo alguien. Y tenía razón. Vaya si la tenía.


¿Dónde se han quedado tus sueños? Tienes el alma desnuda.