martes, 5 de marzo de 2013

Fantasía para un gentilhombre (2º movimiento) - Maestro Joaquín Rodrigo

La veo por casualidad. La veo porque voy mirando al suelo. Y voy mirando al suelo porque son las siete y cuarto de la mañana y me caigo (a veces literalmente) de sueño. Por eso miro al suelo sin ni siquiera verlo. Hasta que aparecen sus zapatos. Ocupan una esquina pequeña de mi campo de visión, pero mi cerebro decide que son importantes. Así que me hace mirarlos.

Amo mi cerebro por estas cosas. Le amo porque sabe perfectamente lo que me interesa y nunca falla. Nunca nunca. Es como esa secretaria que archiva las cartas de su jefe y tira las que él no necesita ver ahorrándole tiempo y fuerzas. Es una secretaria estupenda. La mejor que tengo.

El caso es que sigo sus zapatos sin saber muy bien por qué los sigo. Hasta que veo el abrigo. Veo un piquito de su abrigo y ya me vale. Es un abrigo de esos como hechos con una manta de pueblo. Gris y áspero. Con pinta de abrigar poco y menos. Sé exactamente cómo es ese abrigo cuando lo abrazas. Y cómo huele. 

Y sé que necesito olerlo. Porque llevo casi un año sin olerlo y nunca pensé que el olor de ese abrigo fuera algo tan básico en mi dieta, pero lo es. Amo a mi cerebro por encontrarme los olores que necesito sin saberlo. 

Levanto la cabeza, me coloco las gafas y observo el conjunto que rodea el abrigo. Zapatos blandos de cuero archigastados, juanetes peleando por salir de esa cuña imposible, medias de contención, varices. Falda larga de tela de saco, marrón. Jersey de cuello vuelto, estampita de la virgen colgando de una cadena fina. Arrugas, pelo revuelto, gris. Ojos azules.

Es ella. Sé que es ella porque es como ella, porque la línea 6 lleva a su casa, y porque necesitaba olerla. Y sé (creedme o no) que mi cerebro la ha puesto para mí. Mi cerebro hace esas cosas. Y cuanto más segura estoy más necesito acercarme. Así que me acerco. 
Me siento a su lado en cuanto queda un sitio libre. Vuelo por ese asiento. Y aspiro hondo. Y sé que ya lo he dicho, pero de verdad que necesitaba ese olor. 

Pienso que quiero reir y correr y llorar a la vez y decido quedarme sentada mirando sus zapatos. Y sonrío casi sin querer. Y ella me mira y sonríe también. Y jo, sonríe igual. Su sonrisa es incluso más real que su olor. Y ojalá yo me pareciera a su nieta. Porque sería perfectamente precioso.

Al pensarlo se me escapa media lágrima. Miro a otro lado y parece que no me ha visto. Pero sé que me ha visto. Porque es ella.

Esto es lo que escuchaba mientras escribía esta entrada. 
La pongo porque no tengo una canción para ese instante, porque no la hay.