domingo, 28 de octubre de 2012

Watching the Wheels - John Lennon

Nunca he dormido demasiado bien. Paso la noche durmiendo a intervalos cortos, cuando me acuesto puedo tardar horas en dormirme, y por la mañana cualquier ruido me despierta. Además, soy incapaz de dormir bien con la puerta cerrada o las persianas bajadas. Podría decirse que dormir no ha sido nunca uno de mis fuertes, no es algo que se me dé bien, o que me guste hacer, pero lo necesito.

Necesito dormir hasta que mi cuerpo se canse, lo que quiere decir que a veces necesito sólo cuatro horas y a veces doce. Ni más ni menos que las que mi cuerpo me pida, y si me despierto antes, paso el día enfadada. No me gusta, pero no lo puedo evitar. Odio dormir, pero odio mucho más madrugar.

Toda mi familia duerme intervalos normales y pautados de tiempo, siempre los mismos, que lógicamente no coinciden con los míos, que son bastante más irregulares. Eso hace que yo a veces despierte muy pronto, mientras todos duermen, y otras muy tarde, cuando todos están despiertos.

En  mi familia somos gente ruidosa, todos. Así que cuando mi cuerpo necesita 12 horas de sueño, tiene que contentarse con las 8 que coincidan con el sueño de mis hermanos. A partir de entonces, olvídate. Está permitido tocar instrumentos, gritar, teclear con rabia en el ordenador y poner y quitar lavavajillas estruendosos, siempre que haya pasado el toque de queda, que en mi casa finaliza a las 11.

Sin embargo, cuando sólo necesito recargar 4 horas de sueño, y despierto a las 6 de la mañana, el toque de queda continúa vigente, por lo que no puedo hacer ningún ruido. Y me esfuerzo mucho por no hacerlo.

No duermo todo lo que quisiera, pero siempre he entendido que es culpa mía. Si todos tenemos los mismos horarios, yo no tengo porqué necesitar más sueño.

Este año, me despierto de lunes a jueves a las 6 de la mañana. A cambio, el viernes no tengo clase.
Mi familia se despierta todos los días a las 8, lo que hace que de lunes a jueves sea yo la que se despierte antes, y el viernes sean ellos. Es una situación especial, porque tanto las 6 como las 8 están dentro del tiempo de silencio.

No hay un solo viernes, en mes y medio de clase, que haya conseguido dormir más allá de las ocho y media. A esa hora, mi casa parece el backstage de un gran musical, en el que todos corren y gritan, buscan ropa y objetos perdidos y discuten. Eso me enfada, pero podría comprenderlo, hay que llegar pronto al colegio, hay prisa y estamos nerviosos. Vale.

Pero se están saltando el toque de queda. Mucho, además. 3 horas. Y no pasaría nada si, como hago yo, comprendieran que son épocas especiales y todos tenemos que hacer un esfuerzo, y lo retrasaran también 3 horas cuando yo necesito dormir más allá de las 11. Pero no es así, eso no cambia. Ni cambiará.

Nunca he pensado que esto fuera un gran problema que impidiera que mi familia y yo pudiéramos convivir. Pero ahora sí, porque ahora las cosas han cambiado, vivimos épocas especiales y ellos no han sabido adaptarse, estoy incómoda, y además ya tengo la edad suficiente para irme.

Bien, a Catalunya le pasa lo mismo. Siempre ha dormido en horarios distintos a los del resto de su familia, siempre ha sido despertada antes de tiempo, y nunca lo ha llevado más allá. Hoy por ti, mañana por mi. Ahora Catalunya se despierta a las 6 de la mañana y España continua vaciando lavavajillas. Además, Catalunya lleva mucho tiempo siendo mayor de edad. Es lógico que se plantee independizarse. Está incómoda.

Especialmente dedicado a mi madre, que lee el blog, y sabrá comprender porqué me enfado si cuando le digo por quinta es que deje de tocar el piano sobre mi cabeza, ella me responde que ya son más de las 11.