miércoles, 31 de diciembre de 2014

Lo estoy intentando - Nach

Estudiar. Estudiar como no he estudiado nunca. Tomármelo por una vez tan en serio que me cueste el sueño y la sonrisa algunos días. Y después ver los resultados. Sentir esa justicia feliz de quien ha logrado lo que una vez se propuso, pese a las dificultades y precisamente gracias a ellas.

Abrir regalos y hacer regalos. Y sonreír mucho sin miedo a fallar. A que no le guste, a que no me guste. Regalar cosas sin ningún motivo más especial que el de querer a la gente que quiero. 

Disfrutar de cada día como sólo los personajes de novela basura lo hacen. Madrugar para sonreirle a la Luna, cabecear en el autobús, despertar frente al café de la universidad, comer de tupper en el suelo del Metro. Esperar ese tren que nunca llega a tiempo escuchando los problemas cotidianos de mi gente cotidiana. Ir algún día a cenar por ahí, al cine o a comer pipas al parque. Aprovechar cada oferta del Telepizza. Ser rutinariamente feliz. 

Encontrar mi lugar en el mundo de la forma más literal posible. Mi habitación, mi piso o mi tienda de campaña. O mi saco de dormir. Dormir, mirar la pared, pintar, escribir, escuchar a Sabina en mi pequeño escondite. Mío. 

Un perro. Grande y marrón. Y un poquito blanco o un poquito negro. Con el pelo corto y cara de entender lo que yo nunca entiendo de la vida. Que corra a mi lado y duerma en la alfombra, que ladre cuando vuelvo de la calle. Que me despierte cuando quiero dormir los sábados por la mañana.

Un verano con la mochila al hombro y moneda extranjera en la riñonera. O la mochila al hombro y botas de caminar kilómetros y kilómetros. O la mochila al hombro y el mar en el pelo. O la mochila al hombro y nada más. Pero siempre la mochila.

Y trabajar en algo que no sea demasiado especial pero que me guste lo suficiente como para aceptar un sueldo pequeñito. Comprar cosas con dinero ganado por mí. Cosas pequeñas y baratas pero mías.

Poder donar sangre. 

Ir a manifestaciones. Levantar las manos, gritar. Creer en el mundo que cambiará algún día o enfadarme porque lo veo imposible. Con gente bonita al lado. Con mucha gente bonita al lado. Ganar Madrid, y España y todo. Soñar con un futuro que no de miedo.

Volver a tocar el piano. 

El mar. ¿Lo he dicho ya? Da igual. Quiero mucho mar este año. Cantidades ingentes de mar.

Alguien que sonría a mi lado sin más motivos que lo estúpida que puede llegar a ser la vida a veces.

Dormir buscando constelaciones. Ir a cuentacuentos. Pasar la tarde en el Retiro haciendo pompas gigantes. Escuchar el acordeón de algún músico anónimo de Madrid. Aplaudir con ganas al Chico del Violín. Sentarme en el suelo a alucinar con un malabarista o un mago. Soñar pequeño.

No sé. Eso. Y dejar de morderme las uñas, y que no mate más gente el hambre en África, y la paz mundial y correr sin cansarme. Y volar. Por si acaso.

Feliz 2015.


martes, 23 de diciembre de 2014

With a little help from my friends - The Beatles


Hago esta lista todos los años desde hace tres. De forma más o menos inconsciente. Tengo un cuaderno en el que apunto los grandes momentos y al final hago recuento. Me gusta ponerle números a mi felicidad. Me ordena, creo.

No pensaba publicarla.
No es de esas cosas que se escriben para ser publicadas. Pero mañana es Nochebuena, y hoy Oxford Street estaba llena de gente con bolsas y niños de la mano. Y unos chicos cantaban villancicos a la salida del Metro. Y todo apunta a que pasaré la Navidad bastante en lo gris. Y no va a nevar.
Y mira, yo qué sé. Al final me ha podido diciembre.

Y que además entre estas y otras cosas pues ha quedado una lista bastante maja.

Así que aquí está.
Gente que me ha hecho feliz este año. En mayor o menor medida. En orden más o menos cronológico.
Dos puntos.


Merche, Mario, Toñín, Mateo, Óscar, Raúl, Inma, Iñaki.
Paloma, Paula, Winnie, Marina. Diego.
Orlando, Manuel, María, Merlo, Antonio, Mercedes, Senek, Giorgio, Mariano, Tizón, Doris.
Ander. 
Raúl, Marta, David, Luis.
Christian, Laura, Cristina, Vicen, Ana, Aupopa, Pablo, Pepe, Isa, Nuvia, Ana María.
Silvia, Marta, Ainhoa, Sara, Ana, Mery. Pablo, Paloma, Arias, Sergio, Dani, Macarena, Bárbara.
Lourdes, Coque.
Alex.
Eduard.
Sergio, Héctor, Ana, Juan, Isma, Cristian, Alejandro, Andrés, Kike, Marti, Paco, Juan, Esther, Pablo, María, Vero, Isaac, Jesús.
Sergio, Laura, Álvaro, Vicente.
Borja, Alejo, Fran.
César.
Ester, Javier, Alejandro, Jaime.
Antonio.
Carmen.
Joaquín.
Vito, David, Miguel, Ainhoa, Javi, Joze. Marta, Dani, Eduard, Javi, Carlos, Laura, María, Alex, Carle, Miriam, Frank.
Saúl, Alex, Aitana, Nahia, Justo, Bosco, Marco, Víctor, Elisa, Mario, Marta, Andrea, Laura, Clara, Lisa, Hugo, Lore, Ángel, Adrián.
Pilar, Luciano. 
Israel.
Raquel, Carlos, Nieves, Kike.
Borja, Ana, Raquel, Garazi, Cristina, Curro, David, Pablo, Ferran, Raúl, Pau, Antonio, Mario, Manu, Miguel, Pedro, Laura, Lucía.
Jeroslav, Artis, Brigita, Lucas, Greg, Marco, Angelo, Gianluca, Bia, Filipa, Helena, Simara, Ilayda, Fetullah, Beata, Elzbieta, Justina, Marta, Pavel, Eva, Loes. 
Yusca. Mitko. Alexandra, Viktor, Ivan. Ivanova. Xristov.
Ahmed, Molai, George, Usai, Enzo, Javi, Wladek, Bob, Max, Plaven, Mihail, Diana, Deshek,

Si estás, gracias. Feliz Navidad.
Si no estás, bueno, nos vemos el año que viene. Feliz Navidad.
Si loquesea, Feliz Navidad.



lunes, 22 de diciembre de 2014

El día que hizo más viento que nunca - Carlos Sadness

Bueno.

Ahora que está empezando a morder el invierno, que el sol se esconde, que la noche crece y los días son cada vez más grises, ahora que el verano parece ser sólo ese recuerdo de infancia feliz, ha llegado el momento de que os cuente el día que volé.

(Ooooh.... ¡el día que voló! Guaaauuuu. Mami ¿podemos quedarnos? va a contar el día que voló. Sí sí, cielo, siéntate ahí con los otros niños. Qué pasada ¿verdad?. Ya ves. El día que voló. Por fin.)

El día que volé hacía sol y no había una sola nube en el cielo. El mundo era azul y verde y olía a mar. Madrugamos y mi padre condujo hasta Asturias. Yo seguía el mapa con el dedo.
Estaba un poco asustada, bastante nerviosa y muy feliz, así que probablemente hablaba sin parar.

El día que volé era lunes.
Cruzamos el puente tras el que siempre llueve y esta vez no llovió. Pero empezó a sonar Nacho Vegas que es casi igual que si lloviera, pero dentro del coche y sin limpiaparabrisas.

El día que volé era verano y yo tenía 20 años y un puñado de días.

Llegamos a un acantilado. El viento nos revolvía el pelo. Mi madre pensó que tendría frío, yo pensé que si era cierto que iba a volar el frío sería la última de mis preocupaciones. Un señor que se llama Israel y que tiene las manos grandes y los ojos claros me sonrió y dijo.
-¿No tendrás frío, oh? - porque era asturiano.

Y yo sonreí también porque estaba nerviosa.
No firmamos nada, no me explicó nada. Me dio la mano y me puso un arnés y un casco. Y dijo abróchate las deportivas, oh y yo pensé que las zapatillas se atan y los abrigos se abrochan. Y que para qué quería zapatillas abrochadas si iba a volar. Pero me las até y me las abroché y todo eso.

Y entonces. Entonces corrimos.
Corrimos hacia el vacío en línea recta a pasos rápidos y seguros.
Corrimos hasta que se acabó el suelo  y empezó el cielo.
Corrimos hasta que empezamos a volar.

El viento nos recogió y nos subió más alto que los árboles y que los edificios y que la gente corriente que no vuela. Y que las gaviotas.
Volamos por encima del mar.
Nos inundamos de azul. De azul cielo, de azul mar y de azul viento.

Solté las manos de las asas del arnés, abrí los brazos y estiré las piernas. Dije guau muy flojito y el viento lo llevo hasta Israel, que se rió. Y yo hice como que mis brazos eran alas y él condujo por el cielo a nosecuantos metros por encima de Gijón.

Durante media hora. Aproximadamente.

Hasta que las nubes se juntaron sobre nosotros y decidimos aterrizar.
Fue pisar suelo y empezar a llover.
-Perfecto timing, oh, dijo Israel. Y vale, quizás no dijera oh tantas veces, pero esta es mi historia y la cuento como quiero

Fui la última persona que voló entre el cielo y el mar aquel día.
La última en atreverse a mirar a las gaviotas por encima del hombro.
La última en competir con la Luna en sonrisas que vuelan.
La última en despegar del suelo, el día que hizo más viento que nunca.

Y después me bañé en el mar por primera vez aquel verano.
Pero esa ya es otra historia y merece ser contada en otra ocasión.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

The wall - Pink Floyd

Somos nada.

Somos ridículos, pequeños, estúpidos, nimios y diminutos.
Absolutamente cero.

Y sin embargo. Y sin embargo estamos vivos.
Estamos vivos y está ocurriendo ahora.

Somos nada porque eso es precisamente lo que nos hace infinitos. El no ser más que lo que somos para otros, el no poseer más que un puñado de recuerdos felices, el estar vivos y ahora.

Somos resquicios de quizás y ojalá que se cruzan constantemente unos con otros.
Que se miran y se sonríen, que discuten, que gritan y que lloran a carcajadas.
Durante un brevísimo instante de tiempo.

Somos tan intranscendentes que sólo podemos serlo todo.


El otro día estábamos esperando a la profesora de estadística. Cuando la vimos llegar alguien dijo "Hey, teacher". Marco y yo canturreamos a la vez "Hey! Teacher, leave us kids alone". Y después nos aguantamos la risa. Y después no. 
Y reímos a carcajadas en medio del pasillo. Por semejante tontería.
Ý ahora hace veinte minutos que él ha dejado Sofia. Y eso. Que no somos absolutamente nada. 

jueves, 4 de diciembre de 2014

Tres puertas - Extrechinato y tú

Dijo "yo no conozco nadie que escriba como tú".
Y sonrió.

Y yo sabía que aquella sería la última vez que lo vería ese año y no dije nada. Porque soy así yo a veces.

No le dije "yo no conozco a nadie que se atreva a saltar al vacío como tú", no le dije "he apuntado el día que me encontraste en el bus porque me salvaste la mañana, y el día, y la semana". No me atreví a pedirle permiso para mirar por sus dilataciones, no le dí mi recién estrenado número de móvil, no le di las gracias por dejarme un polar que no era suyo, no le conté que me había fijado en que tiene el mismo puntito pequeño debajo del ojo que yo, no le pregunté qué significaba el tatuaje de su espalda, no le regañé por fumar, no le abracé. No nada.
Probablemente ni siquiera le dijera gracias. Probablemente asintiera y ya. Porque es lo que hago cuando algo me importa. Nada.

Aprobamos los exámenes, nos salvamos de esa recuperación que no merecíamos hacer y llegó el verano. Y pasó el verano. Y cogí un avión. Y empecé a tachar cosas de la lista de cosas que tachar.

Y él volvió a saltar al vacío. Un salto de 2098km.  Volvió a hacer eso que yo admiro tanto y que tanto he soplado a las estrellas, a la Luna, a los nudos de mis pulseras, a las velas de cada cumpleaños. Atreverse.
Y llegó un correo de ojos castaños con un lunar en el borde del párpado a una gasolinera con wifi gratis a medio camino entre Skopje y Ohrid. Y yo no contesté porque iba en un autobús y perdí el internet a los tres segundos. Pero releí el correo más veces de las que voy a reconocer ahora, y escribí un borrador firmado con un número de teléfono con prefijo. Y el otro, de regalo. Por si luego no me atrevía a dárselo. Previniendo mi futura propia estupidez.

Y cuando recuperé el contacto con el mundo había un mensaje que decía "Increíble, al fin has sido localizable". Y tenía razón. Era increíble.

Y después, casi dos meses completos de Harry Potter, política, música, defectos, virtudes, libros, películas, la Luna y Extrechinato y tú. Y esa manía suya de insultarme al tiempo que me arregla la vida.
Y después la última Y mayúscula de esta entrada que está empezando a alargarse demasiado. La promesa del Señor de los Anillos a cambio de Momo, del oboe a cambio del piano, la amenaza de equilibrar el contador de saltos sin red que en tan mal lugar me dejaba.

Dice Joaquín Sabina que las mejores promesas son esas que no hay que cumplir. Pero también dice que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver y yo ya he comprado el billete de vuelta a Madrid.
Así que aquí está. Como prometí, mi pequeño salto al vacío.

A tu salud.
Felicidades.