lunes, 17 de abril de 2017

No tengo música para esto pero ni falta que hace.


Esto no va a estar bien contado. Creo. Me encantaría. Y además es que va a ser super largo. Pero alguien me dijo una vez que sólo sé escribir de las cosas que no me pasan, y es verdad.

Yo nací chica. XX. Sin pito. Con nombre femenino acabado en a. Con tetas a partir de los 15 años. Con una menstruación que sufro muy femeninamente cada 25 dias. Aproximadamente. Hetero. Y cis. Una chica que se siente cómoda y feliz en su cuerpo de chica con sus genes de chica y su nombre de chica.
Sin más.

Bien. Pues he pasado la vida, mi vida de 22 años, justificándome delante de un sistema normativo, aburrido, feo, que nunca se ha creído que yo sea una chica. Porque no lo parezco. Porque, los mismos que esgrimen la biología y la genética como argumento indisoluble contra la transexualidad, ahora no creen en mi ausencia de vello facial y mi par de cromosomas X.

A los 2 meses fue el cura de la iglesia en Barcelona, que le preguntó a mi madre que cómo se llamaba el niño, que era yo, vestida de azul para mi bautizo. A los 5 años, el recién estrenado vecino en Tres Cantos que dijo que montaba tan bien en bici "que no se notaba que era una niña".  A los 8, las chicas del patio en Madrid, que me llamaban marimacho porque jugaba al fútbol. A los 12 la niña de las pistas que me preguntó si era un chico. Y las risas de sus amigas. Y las de mis amigos.
A los 14, el chico al que yo no conocía de nada, amigo de un amigo de una conocida. Que dijo que mejor que Marina, Mariano. Lo suficientemente alto como para que yo lo oyera. A los 16 la chica que tonteó conmigo, hasta que descubrió mi nombre. Y que entonces dijo "ay, lo siento". La chica a la que yo no sé por qué, pedí perdón. También a los 16 los profesores que me vieron en vestido y dijeron que ahora sí, que vaya cambio. A los 17 el chico senegalés que me pidió que le presentara a mis amigas porque quería conocer chicas españolas. Porque yo claro, para él era un pastor alemán.
A los 20 la chica que le dijo al que después sería mi novio, que si estaba seguro de que yo no era lesbiana, porque con esas pintas... A los 21 la misma chica, recomendándome que me operara las tetas. Por qué no, opérate, que no cumples las medidas. Que me incomodas.
Hoy por la mañana, en Belfast, la pareja francesa que ha estado media hora de reloj alternando fille y garçon para llamarme. Porque preguntarme, para qué si la culpa es mía, por no llevar pendientes.

El tropel de señoras que a mi hermano le dicen que qué alto y qué guapo y a mí, que hola. Porque yo guapa no soy. Porque no soy rubia. Porque no me pinto. Porque cómo voy a ser guapa, si parezco un chico. Todas esas mujeres de la limpieza que me han indicado muy amablemente que me había equivocado, que el baño de caballeros es el otro. Al policía que me llamó Sir. A la camarera que me llamó príncipe. A todos los que me han llamado campeón.

Y aún así hay veces que creo un ratito que por fin lo he conseguido. Llevando camisetas de tirantes a las entrevistas de trabajo, por si acaso. Adulzando mi voz cuando me presentan desconocidos, por si acaso. Usando el femenino todo lo posible, por si acaso. Por si acaso les confundo. Por si sin querer, les engaño. Por si mi existencia no normativa, les perturba. La vida entera encogiendo las orejas con una sonrisa a cuestas. Diciendo me pasa todo el rato, como si eso mejorara algo. Como culpándome a mí, en vez de a ellos.

Yo lo he hecho. Y lo voy a seguir haciendo. Seguro. Y a veces me entristece, y otras me hace gracia, y otras me duele. Y la myoría me da igual del todo.
Pero no quiero que otra gente tenga que hacerlo más. Y sé que tienen. Y sé que tendrán que.

Por eso hace falta educar en la muy mal llamada ideología de género. No para confundir a los niños del futuro, señores conductores de autobuses naranjas. No.
Para evitar que adultos del pasado les confundan.
Necesitamos de verdad que nuestros niños sepan que está bien. Que está bien si eres una chica y te gusta el fútbol y llevas el pelo corto y además tienes la voz grave. Que está bien si eres un chico y tienes las pestañas largas y una preciosa nariz respingona. Que si eres una chica, y llevas camisetas anchas, no necesitas ser lesbiana. Que aunque seas un chico y te pintes los ojos, no tienes por qué ser gay.
Que eres lo que quieras y lo que te haga feliz. Y que nadie, nunca, podrá quitarte eso. Porque es más tuyo que tu nombre.

Y que te cambies el nombre si no te gusta, y el color del pelo, y te pintes letras en la piel. Que hagas contigo lo que tú quieras. Pero que no permitas nunca, jamás, a nadie, que use tu esencia para hacerte daño. Que nadie que se ría o se sorprenda o se asuste o se espante de lo que eres y lo que vives merece tenerte cerca.

Que no merece que le sonrías si quiera. Y mucho menos que le pidas perdón.
Y que basta ya de una vez de hacer las cosas difíciles a la gente buena.