martes, 26 de mayo de 2015

Anti summersong - The Decemberists

Porque la magia de las cosas pequeñas reside precisamente en la rutina de saber que no desaparecen, 
"Cosas que hacer este verano". 
Dos puntos.

-Encontrar trabajo.
-Escribir en serio.
-Hacer deporte como si estudiara una carrera de deportes.
-Encontrar tesoros.
-Comer con las manos comida que no esté pensada para ser comida con las manos.
-Recuperar el Vals en La menor de Chopin, que tocaba perfecto hace tres años. Y que ya no.
-El Camino.
-No morderme las uñas. (¿te imaginas?)
-Dormir sin techo.
-Hacer esas cosas de la lista de Cosas que haremos cuando tengamos tiempo, ahora.
-Acabar el cuaderno de viaje de Sofía.
-Ver todo Harry Potter.
-Ver El Señor de los Anillos. La Tres.
-Perseguir al mar hasta que el mar se harte de mí.
-Ir al Rastro.
-Hacer nada. Pero poco.
-Comer en el Retiro con esa gente con la que hace un año ya que no como en el Retiro.




lunes, 25 de mayo de 2015

General Sherman y cómo Sam Bell volvió de la Luna - Zahara

Se hizo tan mayor como se hacen los niños el día que descubren que en la cara oscura de la Luna no solo no hay dragones de escamas esmeralda y ojos plateados, sino que además, no hay nada. Tan mayor como se hacen los niños que despiertan una mañana sin recordar lo que soñaron. Se hizo tan mayor que empezó a pensar en no regresar a casa. Tan serio que dejó de imaginar que sus amigos harían una cadena de sábanas y pijamas para subir a rescatarle. Tan sabio que dejó de creer que su padre tiraría de una esquina de la Luna con sus fuertes manos de padre para traerlo de nuevo a su cama. Tan gris que empezó a olvidar que allí abajo había una madre que lo recordaba con las mejillas empapadas en sal.

Tan grande que aprendió a dormir en la oscuridad, con los pies descalzos y la luz apagada.

Aprendió a caminar hacia atrás sin  mirar de reojo sobre su hombro, a orientarse sin tener que buscar el camino de migas de pan que no había dejado, y a mantener siempre al menos los dedos de un pie pegados al suelo.

Y menos mal. Porque hacerse mayor le otorgó el único superpoder que tienen los adultos. El pequeño rayo de luz que aún brilla cuando la infancia se apaga.
Resulta que hacerse mayor le enseñó a echar de menos lo que ni siquiera ha existido nunca, a amar lo que no se conoce y a agarrar fuerte lo que aún se tiene. A darse entero del todo, sin miedo. A saltar sin red y a despegar, de vez en cuando, una poquito nada más, el centímetro de piel que siempre llevaba cosido al suelo. Resulta que aprendió justo lo que jamás le habría enseñado nadie.
A enamorarse.

Resulta que el pequeño perdido que un día trepó a la Luna encontró una noche los ojos negros de una muchacha diminuta que le miraba a lo lejos. 384.400 km a lo lejos.

La vio una noche, cuando recostado sobre la espalda de la Luna esperaba a que el Sol bañara la media Tierra que flotaba sobre el horizonte, y que un día había sido su casa.

La vio y ella le vio a él, sonriendo valiente en el cielo más oscuro del pueblo más perdido del monte más frío del planeta. Se vieron y ya no supieron dejar de mirarse. Jamás.

De un astro celeste que orbita alrededor del Sol a otro. 

Y así fue como el pequeño perdido que un día subió a la Luna, el niño  que aprendió a soñar en la oscuridad, el hombre que juró que nunca volvería a despegar los pies del sueño, decidió volver.

A casa.


Continuará