lunes, 22 de diciembre de 2014

El día que hizo más viento que nunca - Carlos Sadness

Bueno.

Ahora que está empezando a morder el invierno, que el sol se esconde, que la noche crece y los días son cada vez más grises, ahora que el verano parece ser sólo ese recuerdo de infancia feliz, ha llegado el momento de que os cuente el día que volé.

(Ooooh.... ¡el día que voló! Guaaauuuu. Mami ¿podemos quedarnos? va a contar el día que voló. Sí sí, cielo, siéntate ahí con los otros niños. Qué pasada ¿verdad?. Ya ves. El día que voló. Por fin.)

El día que volé hacía sol y no había una sola nube en el cielo. El mundo era azul y verde y olía a mar. Madrugamos y mi padre condujo hasta Asturias. Yo seguía el mapa con el dedo.
Estaba un poco asustada, bastante nerviosa y muy feliz, así que probablemente hablaba sin parar.

El día que volé era lunes.
Cruzamos el puente tras el que siempre llueve y esta vez no llovió. Pero empezó a sonar Nacho Vegas que es casi igual que si lloviera, pero dentro del coche y sin limpiaparabrisas.

El día que volé era verano y yo tenía 20 años y un puñado de días.

Llegamos a un acantilado. El viento nos revolvía el pelo. Mi madre pensó que tendría frío, yo pensé que si era cierto que iba a volar el frío sería la última de mis preocupaciones. Un señor que se llama Israel y que tiene las manos grandes y los ojos claros me sonrió y dijo.
-¿No tendrás frío, oh? - porque era asturiano.

Y yo sonreí también porque estaba nerviosa.
No firmamos nada, no me explicó nada. Me dio la mano y me puso un arnés y un casco. Y dijo abróchate las deportivas, oh y yo pensé que las zapatillas se atan y los abrigos se abrochan. Y que para qué quería zapatillas abrochadas si iba a volar. Pero me las até y me las abroché y todo eso.

Y entonces. Entonces corrimos.
Corrimos hacia el vacío en línea recta a pasos rápidos y seguros.
Corrimos hasta que se acabó el suelo  y empezó el cielo.
Corrimos hasta que empezamos a volar.

El viento nos recogió y nos subió más alto que los árboles y que los edificios y que la gente corriente que no vuela. Y que las gaviotas.
Volamos por encima del mar.
Nos inundamos de azul. De azul cielo, de azul mar y de azul viento.

Solté las manos de las asas del arnés, abrí los brazos y estiré las piernas. Dije guau muy flojito y el viento lo llevo hasta Israel, que se rió. Y yo hice como que mis brazos eran alas y él condujo por el cielo a nosecuantos metros por encima de Gijón.

Durante media hora. Aproximadamente.

Hasta que las nubes se juntaron sobre nosotros y decidimos aterrizar.
Fue pisar suelo y empezar a llover.
-Perfecto timing, oh, dijo Israel. Y vale, quizás no dijera oh tantas veces, pero esta es mi historia y la cuento como quiero

Fui la última persona que voló entre el cielo y el mar aquel día.
La última en atreverse a mirar a las gaviotas por encima del hombro.
La última en competir con la Luna en sonrisas que vuelan.
La última en despegar del suelo, el día que hizo más viento que nunca.

Y después me bañé en el mar por primera vez aquel verano.
Pero esa ya es otra historia y merece ser contada en otra ocasión.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Fue así,tal cual y yo lo vi y parecidas muy feliz...sin suelo y con nubes .