Una chica gris con coletas espera en el andén con una funda de violonchelo en la que podría meterse ella misma si quisiera. A su lado, sentado en un banco de metal, de rejilla, un chico poco mayor que yo lee Harry Potter, y la Piedra Filosofal, en rumano. Hay un niño que grita, llora y patalea en medio del vagón. Su madre le mira, todo el metro le mira. Cuando llegan a su estación ella se levanta, le tiende la mano y le dice "no te enfades". Y él no se enfada. Al salir se cruzan con una mujer peruana que atraviesa el vagón y se sienta a mi lado, dejando un asiento entre medias. Lleva un papel en la mano en el que dibuja, borra, tacha y vuelve a pintar. Está enfrascada en lo que parece ser el dibujo de una pirámide. Después de bajar puedo ver como otra chica se sienta a su lado y ella se desplaza, dejando un asiento entre medias, sin apartar la mirada de su proyecto.
A la salida, en las escaleras, hay un señor que toca "Hey Jude" a la flauta dulce. Es bastante mayor que mi abuelo, hace frío y no tiene guantes. Le tiemblan los dedos, pero no importa. El error lo hace tierno.
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