- Ajá...- pausa dramática- ¿Cómo dices?
Muchas de mis conversaciones empiezan así. Pienso cosas en silencio y de pronto necesito contarlas. Y empiezo a pensar en alto, así, sin introducción ni nada, a pelo.
-Ya sabes, las algas microscópicas del mar, que hacen colonias en motas de polvo...
Las motas de polvo de las teclas agudas son el motivo de que yo haya llegado a relacionarnos con el fitoplancton. El fitoplancton hace casitas en las motas de polvo del océano, y nosotros hacemos casitas en los planetas. Es una cuestión de escala.
-Sí... - trata de hacerme creer que se lo ha creido, pero no- ¿Y?
Me encanta esa pregunta; ¿Y?. Esa pregunta es una puerta abierta enorme. Quiere decir, dime más, que creo que a lo mejor me interesa. No puedo evitar amar esas preguntas que te invitan a responder.
- El fitoplancton vive en el océano, y nunca ha salido de ahí. Ni siquiera ha salido de las motas de polvo más cercanas a su mota de polvo. Pero hace todas las cosas que tiene que hacer ahí, crece, hace casitas, se reproduce, come, todo lo que nosotros hacemos, y seguramente más cosas que no vemos.
Ahora me mira y sonríe un poco. Y yo no sé si me está entendiendo o simplemente le hago gracia.
- Pues nosotros somos como el fitoplancton. Vivimos en nuestro planeta y hacemos nuestras cosas. A veces salimos a otros planetas o nos movemos por ahí fuera del nuestro, pero nunca hemos salido del universo.
-Porque no hay nada más allá.
-Claro, eso también lo piensa el fitoplancton
Creo me entiende y le hago gracia a la vez. Es divertido.
- Y... ¿hay gente fuera del universo, igual que fuera del océano?
- Seguro.
-¿Más listos que nosotros?
-No sé, pero más grandes.
-¿Y porqué no se comunican con nosotros?
-¿Y porqué nosotros no nos comunicamos con el fitoplancton?
Se ríe y me ofrece un caramelo y un trozo de chocolate con virutas de menta. Recojo la partitura y salgo. Es curioso, pero estoy segura de que tanto él como yo no hablaremos con nadie más de fitoplancton, nunca. Por eso sé que lo echaré de menos.
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