Llueve en Barcelona pero a él no le importa. Apoya las manos
en el marco de la ventana, saca la cabeza y se moja. Y mientras se moja, pasea
la mirada por el campo. Le gusta mirar al campo mientras se moja, porque es lo
que ha estado haciendo estos últimos cuatro años. Sacar la cabeza fuera, sin
miedo a empaparse, mirar al campo y sentir que puede cambiar el mundo. Desde
allí puede ver a los chicos abrazándose, llorando, gritando, puede oír el
griterío de la grada, y se ve a él mismo, lanzado una y otra vez en volandas.
Sonríe y piensa que tiene ganas de llorar. Llora porque sabe que se despide de
algo que ha sido su vida durante toda su vida, ¿Cómo explicarse eso? ¿Cómo entender que necesita dejar de hacer
algo que ama, para no acabar odiándolo? Nadie lo entenderá, lo sabe. Pero a él
no le importa.
Solo le importa guardar los grandes momentos que tiene que
llevarse de ese campo. El primer gol de ese chaval pequeño que él impulsó hasta
el cielo, la lesión de rodilla, las carreras hasta el córner para celebrar un
triunfo más, la sonrisa de sus hijos, que lo miran con ilusión desde alguno de los asientos de la grada , la felicidad de saber que haces algo sumamente bien, el himno, la
grada, los colores… Es la última vez que mira el campo desde esa ventana así
que tiene que memorizarlo todo. Espera
unos segundos más, respira y se moja. Y cuando lo tiene todo, cuando está
totalmente seguro, cierra la ventana, se pone la americana y se dirige a la
sala de prensa. Josep Guardiola i Sala tiene ganas de llorar, pero es feliz.
Versión de Common People, de Pulp
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