El Hombre Ocupado ronca.
Ronca poco, el Hombre Ocupado, en realidad. Ronca menos
de lo que yo le digo que ronca. Yo se lo digo porque cuando le digo oye,
roncas, él se ríe. El Hombre Ocupado se ríe como si se le cayera la risa. Como
si no se esperara él que le fuera a tocar reirse, en esa vida ocupada que
lleva.
El Hombre Ocupado se ríe
poco pero se ríe bonito.
A veces, cuando el Hombre Ocupado ronca, yo escribo.
Escribí dos cosas que ganaron cosas, mientras el Hombre Ocupado roncaba. Lo que
quiere decir que gano dinero gracias a que él ronca. Se lo digo a veces, y se
ríe como si se le cayera la risa.
El Hombre Ocupado está convencido de que algún día dejará de
serlo. Que un día se levantará por la mañana y será el Hombre que ve el Señor
de los Anillos, el Hombre que Sube Montañas o el Hombre que no Madruga los Sábados.
Y es gracioso, porque se lo cree de verdad. Y es bonito, porque cuando lo dice,
me recuerda a una canción de Quique González que me gusta mucho. La gente que
se parece a canciones es bastante mágica.
El Hombre Ocupado está ocupado, pero es mágico. Podría haber
dejado de serlo, hay mucha gente demasiado ocupada como para seguir intentando
ser mágica. Pero él, uy él, él es cabezota y testarudo y fuerte.
Por eso, el Hombre Ocupado se ha guardado su puntito debajo del
ojo, su mitología griega, sus mañanas de domingo y esa risa que deja caer de
vez en cuando, sin que él se lo espere. Lo ha guardado muy adentro y a veces le
cuesta sacarlo, pero está ahí. Yo lo sé, él lo sabe.
Quizás por eso está aún convencido de que un día dejará de estar
ocupado. Quizás por eso tiene tan claro que en realidad qué más da.
Qué más da ser un hombre ocupado, siempre que seas capaz de
guardar una pizca de magia debajo del ojo.
Qué más da que el Hombre Ocupado ronque, siempre que yo pueda
escribir a su lado mientras él cumple años.