Y sonrió.
Y yo sabía que aquella sería la última vez que lo vería ese año y no dije nada. Porque soy así yo a veces.
No le dije "yo no conozco a nadie que se atreva a saltar al vacío como tú", no le dije "he apuntado el día que me encontraste en el bus porque me salvaste la mañana, y el día, y la semana". No me atreví a pedirle permiso para mirar por sus dilataciones, no le dí mi recién estrenado número de móvil, no le di las gracias por dejarme un polar que no era suyo, no le conté que me había fijado en que tiene el mismo puntito pequeño debajo del ojo que yo, no le pregunté qué significaba el tatuaje de su espalda, no le regañé por fumar, no le abracé. No nada.
Probablemente ni siquiera le dijera gracias. Probablemente asintiera y ya. Porque es lo que hago cuando algo me importa. Nada.
Aprobamos los exámenes, nos salvamos de esa recuperación que no merecíamos hacer y llegó el verano. Y pasó el verano. Y cogí un avión. Y empecé a tachar cosas de la lista de cosas que tachar.
Y él volvió a saltar al vacío. Un salto de 2098km. Volvió a hacer eso que yo admiro tanto y que tanto he soplado a las estrellas, a la Luna, a los nudos de mis pulseras, a las velas de cada cumpleaños. Atreverse.
Y llegó un correo de ojos castaños con un lunar en el borde del párpado a una gasolinera con wifi gratis a medio camino entre Skopje y Ohrid. Y yo no contesté porque iba en un autobús y perdí el internet a los tres segundos. Pero releí el correo más veces de las que voy a reconocer ahora, y escribí un borrador firmado con un número de teléfono con prefijo. Y el otro, de regalo. Por si luego no me atrevía a dárselo. Previniendo mi futura propia estupidez.
Y cuando recuperé el contacto con el mundo había un mensaje que decía "Increíble, al fin has sido localizable". Y tenía razón. Era increíble.
Y después, casi dos meses completos de Harry Potter, política, música, defectos, virtudes, libros, películas, la Luna y Extrechinato y tú. Y esa manía suya de insultarme al tiempo que me arregla la vida.
Y después la última Y mayúscula de esta entrada que está empezando a alargarse demasiado. La promesa del Señor de los Anillos a cambio de Momo, del oboe a cambio del piano, la amenaza de equilibrar el contador de saltos sin red que en tan mal lugar me dejaba.
Dice Joaquín Sabina que las mejores promesas son esas que no hay que cumplir. Pero también dice que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver y yo ya he comprado el billete de vuelta a Madrid.
Así que aquí está. Como prometí, mi pequeño salto al vacío.
A tu salud.
Felicidades.
1 comentario:
Yo tampoco conozco a nadie que escriba como tu.
Sabes notar las cosas que importan y ponerlas a mano para los demas , como esa flor helada .
Que seas asi me hace muy feliz.
Esta vez si soy yo.
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