No llovía. No quiero que llueva, había dicho Abril con la mirada fija en las olas, es más fácil llorar cuando llueve, y no quiero llorar. Saúl había asentido y le había prometido que no llovería, como si él tuviera algún tipo de poder mínimo sobre el clima. Pero Abril le había creído. Porque Abril siempre le creía.
Y después él le había dado el alfil añil añadiendo en un murmullo rápido es una tontería, se me ocurrió que. Y Abril había sonreído como sólo la Luna consigue hacerlo a veces, en esas noches en las que se transforma en un hilo curvado de luz blanca. Y después le había abrazado. Y Saúl no había tenido más remedio que comerse las excusas.
Mientras las masticaba, pensó que aquella nariz pequeña y aquellos ojos castaños injustamente corrientes y aquellas uñas mordidas eran lo mejor que le había pasado en la vida. Y que era muy importante eso. Pero no lo dijo. Porque Saúl nunca decía lo que pensaba.
Y habían pasado la noche tumbados en la arena, dejando pasar estrellas, conscientes de que ya no quedaban deseos que pudieran pedir.
Y ahora era 3 de Octubre y el cielo se despertaba nublado y el mar era gris y estaba casi en silencio y Abril dormía envuelta en la sudadera gigante de Saúl mientras él pensaba que si iba a llorar, aquel era el mejor momento.
Mientras él pensaba qué pasaría cuando ella se fuera y volviera a sentir a su corazón latiendo nervioso y no supiera qué contestarle. Cuando se diera cuenta de que no volvería a ser tan feliz. Jamás.
Que sólo hay un abril al año y estaba a punto de perder para siempre el suyo.
1 comentario:
¿tres de Octubre?
.....Vaya!!
ahora si soy yo.
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