miércoles, 25 de diciembre de 2013

Happy Xmas (war is over) - John Lennon

Jose (que no se llama Jose) se agarra al sueño con fuerza. Se enrolla en el saco y se tapa la cabeza con las manos. Hace frío. Son las 9 de la mañana pero aún es de noche. Noche negra, oscura y antipática. La noche de quien duerme en las calles de Madrid en Navidad. La noche de quien prefiere seguir soñando a despertar y volver a encontrarse con el mundo. Tan gris como ayer pero cada día más frío.

Pero Jose despierta, baja la cremallera del saco un poquito y se asoma a un Madrid que aún no ha empezado a arrancar. Bosteza grande y nos mira. Buenos días, ¿quieres un desayuno? Asiente con el sueño todavía en los ojos y el frío en el cuerpo. Un vaso, café, un par de bollos. Alargamos la mano para acercárselo y sus dedos acarician los nuestros al cogerlo. Lo rodea con las manos y suspira.

Y entonces ocurre. Jose, que no se llama Jose, nos regala su primera sonrisa. Tímido, aún desperezándose, guiñando los ojos frente al sol que empieza a brillar entre la niebla, mientras nos explica cómo va pasando la vida, sonríe. Y él no lo nota, pero se ilumina entero. Y él no lo sabe, pero nos ha pagado el café de sobra.

Jose no se llama Jose, pero da igual. Porque tiene derecho a llamarse como le de la gana, porque es a lo único a lo que todavía le queda derecho. Al nombre.

Y a sonreír al sol el día de Navidad con un café caliente entre las manos. Y a que alguien le pregunte cómo le ha ido la semana. Y a que alguien le roce la mano con los dedos cuando se despide. Y a que alguien crea en él. Aunque viva en la calle y sueñe en el suelo.

Igual que Giorgio, que nos presta las primeras notas de su acordeón cada domingo por la mañana, y Mariano (que seguro que no se llama Mariano porque es marroquí) que ríe como un niño pequeño. Y Ana, que me abrazó muy fuerte porque le di un tupper de higos de mi abuelo que en mi casa no se come nadie. Que resultaron ser su fruta favorita.

Y igual que ellos, el puñado cada vez más grande de personas que pasan la Nochebuena haciendo cola para cenar un plato caliente, los que cada día dudan si pagar la luz o cambiar de zapatos. Los que no pueden evitar que el invierno se meta hasta la habitación de los niños. Los que han pedido trabajo para Reyes.

Antes no me gustaba la Navidad. La hipocresía de reunirse con gente a la que no ves nunca a celebrar algo que no crees que ocurriera jamás. Gastar por gastar, comprar por comprar, tirar comida, derrochar luz. Antes, pensaba que era demasiado seria, demasiado mayor, demasiado anticapitalista para todo eso.

Pero el otro día, Jose, nos regaló su primera sonrisa a cambio de un vaso de café y una magdalena. La primera sonrisa es la más mágica porque es la que enciende los ojos para el resto del día. Y nos la regaló a nosotros. Y junto a él, 12 más. 13 mañanas de diciembre un poquito más calientes, un pelín menos oscuras.

Cuando nos despedimos, mientras se apagaban las farolas y se enrollaban las persianas, Jose nos guiñó un ojo, alzó el vaso y gritó: "Feliz Navidad".

Y mira, me lo creí.

Apumak reparte desayunos cada domingo en el centro de Madrid. Apumak significa amigo en camboyano. Y mola, porque es una asociación de amigos, entre los que cada día me alegra más encontrarme.

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