Se hizo tan mayor como se hacen
los niños el día que descubren que en la cara oscura de la Luna no solo no hay
dragones de escamas esmeralda y ojos plateados, sino que además, no hay nada.
Tan mayor como se hacen los niños que despiertan una mañana sin recordar lo que
soñaron. Se hizo tan mayor que empezó a pensar en no regresar a casa. Tan serio
que dejó de imaginar que sus amigos harían una cadena de sábanas y pijamas para
subir a rescatarle. Tan sabio que dejó de creer que su padre tiraría de una
esquina de la Luna con sus fuertes manos de padre para traerlo de nuevo a su
cama. Tan gris que empezó a olvidar que allí abajo había una madre que lo
recordaba con las mejillas empapadas en sal.
Tan grande que aprendió a dormir
en la oscuridad, con los pies descalzos y la luz apagada.
Aprendió a caminar hacia
atrás sin mirar de reojo sobre su hombro, a orientarse sin tener
que buscar el camino de migas de pan que no había dejado, y a mantener siempre
al menos los dedos de un pie pegados al suelo.
Y menos mal. Porque
hacerse mayor le otorgó el único superpoder que tienen los adultos. El pequeño
rayo de luz que aún brilla cuando la infancia se apaga.
Resulta que hacerse mayor le
enseñó a echar de menos lo que ni siquiera ha existido nunca, a amar lo que no
se conoce y a agarrar fuerte lo que aún se tiene. A darse entero del todo, sin
miedo. A saltar sin red y a despegar, de vez en cuando, una poquito nada más,
el centímetro de piel que siempre llevaba cosido al suelo. Resulta que aprendió
justo lo que jamás le habría enseñado nadie.
A enamorarse.
Resulta que el pequeño perdido que
un día trepó a la Luna encontró una noche los ojos negros de una muchacha
diminuta que le miraba a lo lejos. 384.400 km a lo lejos.
La vio una noche, cuando recostado
sobre la espalda de la Luna esperaba a que el Sol bañara la media Tierra que
flotaba sobre el horizonte, y que un día había sido su casa.
La vio y ella le vio a él, sonriendo valiente en el cielo
más oscuro del pueblo más perdido del monte más frío del planeta. Se vieron y
ya no supieron dejar de mirarse. Jamás.
De un astro celeste que orbita
alrededor del Sol a otro.
Y así fue como el pequeño perdido que un día subió a la
Luna, el niño que aprendió a soñar en la
oscuridad, el hombre que juró que nunca volvería a despegar los pies del sueño,
decidió volver.
A casa.
Continuará
2 comentarios:
Este fin de semana, dentro de una tienda de campaña, debajo de muchas estrellas, Violeta y Lucas pidieron un cuento. Y yo les conté el tuyo, el cuento triste del muchacho de la luna. Lo tuve que alargar un poco porque Violeta me preguntó ¿y cómo volvió a casa? ¿cómo bajó de la luna? y le pusimos un final secreto. así que ahora tu cuento es también un poco nuestro. gracias.
Gracias a ti. No sé quién eres. Pero eres muy buena poniendo nombres, Violeta y Lucas son perfectos protagonistas de historias.
Y dile a Violeta que claro que volvió a casa. Y que si no está escrito aquí es porque a veces una tiene que guardarse los finales en la manga, porque si no luego nadie con dinero y posibles va a querer pagarme por contarlos. Nadie quiere las historias que ya están acabadas.
Dile también que me encantaría escuchar el final secreto del pequeño perdido, y que gracias, de nuevo.
Porque jolín, que alguien le haya contado mi cuento del pequeño perdido a sus pequeños muchachos es un regalo muy grande.
Que es que yo aún soy muy boba y estas cosas me hacen muy feliz.
:)
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