Yo quería decirle todo eso. Y sonreír y que sonriera. Y quería ¿por qué no? ver algún día algo escrito sobre mí y firmado por Joaquín Sabina.
Así que compré el más barato de sus libros y me puse a la cola.
Cuarto de hora después, estaba delante de unas gafas de sol marrones, un sombrero de paja, un cigarro, un polo marrón y un wisky on the rocks. Debajo de todo eso, el Flaco. Fue entonces cuando descubrí que no iba a ser capaz de decirle nada de lo que quería decirle. Pensé ojalá sea capaz de decirle mi nombre.
-Hola -este es el señor Sabina, que aunque sea Dios, saluda como todos los señores.
-Hola -esta soy yo muy concentrada en sonar tranquila y acostumbrada a saludar a mis ídolos.
-¿Cómo te llamas? - coge el libro y lo abre, prepara el boli, fuma.
Silencio. Organizo lo que quiero decir hasta que formo una frase casi coherente.
-MarinaeresgrandeJoaquín -eso le dije, muy bajito, y después respiré.
Y después me sentí idiota, para qué os lo voy a negar, a estas alturas.
Entonces él levantó la vista y me miró.
Y dijo:
-Marinas hay pocas, pero buenas.
Y sonrió, y sonreí. Firmó. Y yo dije gracias, y me fui.
Y volví levitando a casa.
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