Sería hermoso decir que cruzó el desierto, la selva y los mares sin descanso. Sería muy poético, pero no sería cierto. Caminó apenas unas horas, hasta llegar a un claro y se tumbó en el suelo, mirando al cielo. Extendió los brazos con las palmas hacia arriba y respiró hondo.Durmió hasta que algo le despertó. Entonces abrió los ojos y miró las nubes, los pájaros y el sol. Aprovechó que nadie le veía para mirar muy fijamente al sol, hasta que el mundo se volvió naranja. Cantó a voz en grito y bajó la pradera corriendo. Y cuando las estrellas volvieron a salir, deshizo su camino hasta casa.
Caminó alegre, con pasos desiguales, como sonriendo. En una libreta azul de páginas arrugadas apuntó el nombre de cada persona que se había cruzado con él durante el camino, cada persona que le había hecho cambiar el ritmo de sus pasos. Y se prometió a sí mismo que dedicaría un verano a cubrir la pared del comedor con aquellos nombres. Cuando llegara a casa.
Reencontró su hogar un sábado por la noche. Abrió la puerta, subió las escaleras y se tumbó en la cama. Y durmió por primera vez en mucho tiempo en un mundo sin luna, soñando sueños irregulares.
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